Le Noir (sans le Rouge). A propósito de la novela negra.

pla-del-palau-barcelona-50s-60sPor Joaquín Medina Ferrer

Hace unos días, recién celebrada la reunión del Club de Lectura para comentar Los perros de Riga escuchaba en la radio cómo, en una de sus últimas entrevistas, Umberto Eco decía que la filosofía, el psicoanálisis y la literatura negra tenían algo en común…en todos los casos se trataba de hallar al culpable. (Podría añadir yo de mi propia cosecha que la frase también pudiera aplicarse al fallido proceso de investidura de presidente de gobierno en España.)

Utilizo esta cita de Eco porque de una parte la búsqueda del culpable parece ser condición sine qua non de toda novela negra o policíaca y de otra la frase viene a afirmar, de algún modo, que la novela negra es un cajón de sastre en el que puede entrar casi cualquier novela de corte actual. Y es que este género ni siquiera es reconocido como tal por el Diccionario de la Real Academia, que sí hace mención sin embargo a otros tan demodés como la novela pastoril o la novela morisca. Tampoco existe acuerdo sobre cuál es la denominación más acertada;  así se hace referencia de manera arbitraria y como si se tratara de lo mismo a novela negra, novela enigma, novela de investigación, novela de detectives, novela policíaca o novela de suspense.
Sea cual sea la denominación que empleemos parece haber acuerdo en que estas novelas han de contener en su desarrollo un crimen, un detective, una investigación y un culpable. ¡Ah! Y un elemento importante: el lector debe tener conocimiento fiel de todos los supuestos investigados, y de sus resultados, para poder ser él también detective en igualdad de condiciones con el titular, para poder, incluso, descubrir al culpable antes de que lo haga el protagonista.

A partir de estas premisas todo puede alterarse, el crimen puede ser cometido al principio de la novela o al final; el culpable puede ser conocido y se tratará de demostrar su culpabilidad o será buscado en la obra; el detective puede ser un profesional, policía o investigador privado, o un aficionado; el ambiente en el que transcurre la narración suele ser urbano y nocturno pero también éste puede modificarse…

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Parece haber coincidencia en que es Edgar Allan Poe el padre de este tipo de novela con la creación de su detective Auguste Dupin, protagonista de Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada. Antes de él no se rastrean obras que puedan adscribirse a este género. Solo Zadig de Voltaire podría considerarse un remotísimo antecedente.

El personaje de Poe sirvió desde entonces como prototipo para muchos otros creados más tarde. Doyle una vez dijo: “Cada uno de los relatos policiales de Poe es una raíz de donde se ha desarrollado una literatura completa… ¿dónde estaban las historias de detectives hasta que Poe sopló sobre ellas el aliento de la vida?” Muchos tópicos que luego llegarían a ser corrientes en las novelas policiales aparecieron primero en los relatos de Poe: el excéntrico pero brillante detective, el policía incompetente, la narración en primera persona por un amigo cercano… Dupin también inicia el mecanismo de narración donde el detective anuncia su solución y luego explica el razonamiento que lo condujo a ello. Como luego harían otros muchos Dupin usa su considerable destreza y observación para resolver complicados crímenes. Poe también representa a la policía, al cuerpo policial mejor dicho, de manera incompasiva, como una especie de antítesis del detective.
Parece también admitirse que este tipo de novela, alternativa a la novela académica, nace de la necesidad de proveer al gran público de un eficaz medio de distracción y que para ello “rebaja” la dificultad de su lectura. Algo así como un entretenimiento sencillo que permitiera su lectura mientras se acudía al trabajo. Una modernización de las novelas por entregas, les feuilletons, que popularizaron autores como Sue, Zola o Balzac.

Después de Poe, Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, G. K. Chesterton y Georges Simenon entre otros perfeccionarán el género. Todos coinciden en que lo destacable en sus obras es el proceso de investigación, basado en las habilidades deductivas, inductivas o meramente intuitivas del investigador, personaje que es caracterizado también por un elemento personal curioso y llamativo que lo distingue del resto. Pensemos así en el carácter ensoberbecido de Sherlock Holmes, en la discreción casi victoriana de Miss Marple, en el refinado y obeso Hércules Poirot, en el ingenuo y candoroso Padre Brown, siempre pertrechado de su inseparable paraguas o en el sobrio y compasivo, aunque en exceso enganchado al calvados Jules Maigret.

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Más adelante, en Estados Unidos, en un proceso íntimamente ligado a la Gran Depresión, la Ley Seca y a un tiempo de corrupción política, autores como Dashiell Hammett, James Ellroy o Raymond Chandler incidirán en lo más sórdido del comportamiento humano y crearán la figura del detective – eterno perdedor, ese al que luego Sabina en alguna canción llamaría, no sé si despectiva o elogiosamente, huelebraguetas.
La adaptación al cine de sus novelas popularizaría títulos como El sueño eterno, El largo adiós, El halcón maltés, Adiós, muñeca, L. A. Confidential…e identificaría para siempre a los Sam Spade y Philipp Marlowe de turno con el rostro inflexible, anguloso y de marcada dureza de Humphrey Bogart. A partir de entonces hablar de cine negro será un lugar común en el lenguaje cinematográfico.

(Acabo de escribir en el párrafo anterior la caracterización de Bogart y ya me asalta la duda, ¿Bogart, duro?)

Curiosamente será de la mano de una texana, Patricia Highsmith (autora que sigue proporcionando material para las adaptaciones cinematográficas: todavía podemos disfrutar de la de El precio de la sal, Carol con una maravillosa Cate Blanchett lista para quintaesenciarse en la femme fatale tan querida al género), de la que la novela negra vuelva a Europa. Higsmith da un giro de tuerca a la normativa, recordemos nunca rígida, del género negro y convierte al culpable, al amoral Tom Ripley, en protagonista de sus novelas. Un personaje de nuevo convertido en protagonista principal de grandes películas y en el que se adivinan también algunos rasgos de los personajes creados por Woody Allen.

Y desde entonces podemos afirmar la novela negra vino y que lo hizo para para quedarse.
Hoy es un género en alza, con cada día más lectores y una tendencia a la producción serializada y a su inmediata adaptación al mundo audiovisual que lo está convirtiendo en un producto de masas. El gran número de autores y de publicaciones catalogadas como noir es la lógica consecuencia del desarrollo tan brutal de este tipo de obras convertidas en auténticos best-sellers. Ante tal avalancha sólo queda esperar que la criba del tiempo dicte sentencia acerca de la calidad de las mismas.

carvalhoContinúa la tendencia mostrada ya desde los inicios dupinianos de hacer ciclos de novelas con un mismo protagonista, lo que sin duda, facilita la identificación del lector no solo con un autor sino también con un personaje de ficción concreto, siendo difícil discernir si el que nos gusta, por ejemplo, es Vázquez Montalbán o quien realmente nos atrae es Carvalho.

A veces la serie tiende a hacerse infinita, en estos días las librerías se pueblan de carteles que anuncian el caso número veinticinco del comisario Brunetti, Las aguas de la eterna juventud, la excusa perfecta para reeditar las veinticuatro anteriores.

En España, fue el citado y ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán quien, aun siendo un autor que ha tocado todos los palos, hoy es reconocido como iniciador del repunte a escala popular del género. Y lo es sobre todo por la serie de novelas protagonizadas por Pepe Carvalho, acompañado, sería injusto no recordarlo, por sus inseparables Bíscuter y Charo. Esta serie iniciada con Yo maté a Kennedy y que tiene sus mejores exponentes en Asesinato en el Comité Central y Los mares del sur, supuso, como digo, un nuevo impulso al género negro desde mediados de los setenta del pasado siglo.
Con Vázquez Montalbán y su creación, casi un alter ego podríamos decir, se nos muestra de manera evidente el cambio al que la novela negra asiste en los últimos tiempos. Si hasta entonces el leitmotiv de la narración era el proceso de investigación, ahora lo principal va a ser la caracterización del protagonista, en un proceso que intuyo puede deberse bien al agotamiento de las tramas, bien a hallarnos en un periodo de fuerte reafirmación del individuo frente a una sociedad hostil.

Carvalho, desencantado comunista cuando Carrillo pregonaba las bondades del eurocomunismo, disfruta ahora preparando suculentas comidas cocinadas sobre las brasas que proporcionan los libros arrojados a la chimenea y que, en tiempos, fueron libros de obligada lectura. Recuerdo ahora que cuando leía estas novelas tenía más interés en averiguar si el siguiente libro a quemar sería un Marx, un Adorno, un Harnecker o un Althuser que en descubrir con Carvalho al asesino.

A Vázquez Montalbán se unirían después un largo grupo de escritores. Citemos algunos en un repaso arbitrario y sin más criterio que mi propio gusto.

El primero, Francisco González Ledesma creador del comisario Méndez, funcionario humilde y bienintencionado. Ledesma, durante años, hubo de ganarse la vida escribiendo novelas del oeste por encargo; así lo descubrí yo, cuando con poco más de diez años alquilaba para mi padre junto a novelas de Marcial Lafuente Estefanía o Karl May las de aquel Silver Kane, que escondían a Ledesma agazapado.

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Le seguiría Andreu Martín, prolífico autor de novelas de detectives, encabezadas por la que protagoniza un detective adolescente, Flanagan, que abrió con No pidas sardinas fuera de temporada el género a un público juvenil y de conseguir uno de los mayores logros de la novela negra española con Prótesis, llevada al cine como Fanny Pelopaja por Vicente Aranda. Martín pasará sin duda a la historia por concebir para sus obras títulos como este: Los escupitajos de las cucarachas no llegan al séptimo sótano del pedestal donde se levanta mi estatua.

Igualmente prolífico es el malagueño, y conocido en este instituto, Juan Madrid autor de dos amplias series, una protagonizada por Toni Romano, -así era como quería anunciarse en los carteles el aspirante a boxeador Antonio Carpintero-, reconvertido en policía; y otra encabezada por el comisario gitano, todo un hallazgo, Manuel Flores, Imanol Arias antes de Cuéntame, en la serie de televisión Brigada Central.

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Más reciente en el tiempo es Ignacio del Valle, conocido autor de relatos breves pero que también se ha adentrado en la novela de investigación de la mano de un personaje curioso, Arturo Andrade, soldado que presta sus servicios en la División Azul y a quien se le encomienda el esclarecimiento de varias muertes en circunstancias extrañas. Una de estas novelas, El tiempo de los emperadores extraños, ha sido llevada a la gran pantalla, con el título de Silencio en la nieve con resultados, a mi juicio, dudosos.

Mientras tanto en Europa tres son los autores de más éxito, tres escritores que se reparten también geográficamente por territorios y ambientaciones radicalmente distintos.

Por un lado el italiano Andrea Camilleri homenajea a nuestro Vázquez Montalbán proponiendo como protagonista de sus obras a Salvo Montalbano. Sus andanzas transcurren en los pequeños pueblos de Sicilia cercanos a Vigata, -la particular Macondo del autor, no olvidemos que Camilleri es natural de Porto Empedocle- y, contraviniendo una de las aparentes reglas del género, éstas se desarrollan en ambientes luminosos y soleados, entre la cal de las casas, la piedra de las iglesias y el azul mediterráneo.

La norteamericana Donna Leon atrapada desde su juventud por el paisaje italiano crea para su serie al inspector Guido Brunetti, éste será el encargado de investigar tantísimo crimen como tiene lugar en la supuestamente idílica Venecia. Paseos por los canales, encuentros en la oscuridad que proporcionan las calles estrechas apenas iluminadas que rodean San Marcos y un continuo recurso a esa bruma húmeda que cubre las noches venecianas constituyen la ambientación de sus novelas.

Y en la Europa nórdica, amén del superconocido Stig Larsson creador de la trilogía Millennium, destaca nuestro Henning Mankell, el autor de Los perros de Riga. Mankell ha dado vida al inspector Kurt Wallander, interpretado luego en la gran pantalla por Kenneth Bragath. Tal vez lo más destacado de las novelas que protagoniza sea cómo Mankell realiza a través de ellas una profunda crítica a la sociedad sueca, una disección de los bajos fondos de este paradigma de la sociedad del bienestar envidiada por tantos de entre nosotros.

De estos autores destaca tal vez más que la trama seguida por los diferentes investigadores, que en algunos casos es extremadamente simple, la caracterización que se sigue de sus protagonistas. Sus estados anímicos, sus situaciones afectivas y familiares, sus sueños y sus fracasos son más importantes que las actuaciones estrictamente “profesionales”.

Y de manera curiosa cada uno de los tres escritores, Camilleri, Leon y Mankell, crean tres personajes, Montalbano, Brunetti y Wallander radicalmente distintos. Pero no porque sus métodos de investigación difieran, sino por cómo se muestran en sus relaciones amorosas y afectivas.
Así el jovial Montalbano, amante de la buena comida y eterno nadador en esas aguas del color del vino que bañan Sicilia nos deja siempre con la duda de si su noviazgo, ¿noviazgo? , con Livia progresa o no.

Mientras, Brunetti, más formal y funcionarial en su trabajo, no duda en dedicar sus buenas parrafadas a instruir y llevar por el buen camino a sus dos hijos adolescentes al par que mantiene con su esposa, profesora por cierto, una relación que a veces resulta, más que deseable, empalagosa.

Y mientras tanto Wallander se muestra descuidado en su indumentario, proclive a la bebida, retraído en sus relaciones sociales y confuso en sus aspiraciones, a consecuencia de un divorcio que le ha dejado profundamente marcado.

Hace poco asistía a una charla de Víctor del Árbol sobre la relación entre la novela y el cine negro. Víctor es el reciente ganador del prestigioso Premio Nadal con la novela La víspera de casi todo, novela que ha sido catalogada como “la suma de ingredientes tales como un mucho de novela negra, otro tanto de thriller arrollador, una pizca de gran épica coral e incluso algo de novela psicológica al estilo de los grandes autores rusos”. En el debate que seguía le preguntaba si, en su opinión, no había una cierta tendencia a decir de una novela que era negra o no fijándonos de manera casi exclusiva en quién era el autor de la misma y que se estaba asistiendo a una especialización excesiva. Me contestaba que él pese a que sus novelas eran consideradas por críticos y lectores en muchos casos como auténticos thrillers no se definiría nunca como un autor de novela negra aunque sus obras pudieran estar tintadas de ese color y que sí que existía una tendencia comercial a la especialización y a etiquetar a los autores. Comentaba también que el boom de la novela negra al que estamos asistiendo terminaría decantándose y sólo quedarían “los buenos”.

“La novela negra de verdad hace una reflexión sobre lo que somos” decía el escritor para explicar cómo la indagación en el alma de los distintos personajes que en las novelas aparecen, desnudándolos ante el lector, es una constante en el género. Lo hacía además desde la experiencia que en el conocimiento de lo bueno y de lo malo del ser humano tiene quien ha sido cocinero antes que fraile, alguien que, antes de dedicarse a la escritura por entero, trabajó durante años como policía.

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Y seguíamos dándonos mutuamente la razón coincidiendo en que hay grandes novelas negras de autores como Umberto Eco, Eduardo Mendoza, Rafael Chirbes o Antonio Muñoz Molina de los que nunca diríamos que eran “escritores de novela negra”. De hecho llegó Víctor a decir que tenía a El nombre de la rosa por la mejor novela negra de la historia, afirmando que reunía todos los ingredientes canónicos del género. Insistía también en la profunda relación que con el paso del tiempo se ha ido estableciendo entre este tipo de novela y el cine, haciendo hincapié en que muchas de estas novelas eran ya desde su publicación auténticos guiones cinematográficos. A continuación hablábamos de esa pregunta tan recurrente de qué es mejor, la novela o la película y también de cómo estaba siendo afectada esta relación entre la literatura y el género negro por la proliferación de series televisivas.

A propósito de este debate, y a modo de anécdota que ilustra acerca de lo estéril del mismo, el gran Alfred Hitchcok, el mago del suspense, contaba la historia de las dos cabras que sobre una loma se comían un rollo de película. Una le decía a la otra: ¿sabes, me gusta más el libro?

Me doy cuenta de que llevo ya un buen rato hablando de novela negra y aún no he comentado nada de Los perros de Riga. ¡No os asustéis!, ¡no voy a hacerlo!

Y es que de esta novela, muy correctamente escrita y de lectura fácil, me resulta complicado hacer un comentario extenso. Recuerdo que tampoco en la reunión fuimos especialmente expansivos y pronto derivamos por otros temas. Puede que sea esto, el poder entrar con detalle en el contenido de un libro, el que su lectura nos ofrezca múltiples hilos que conduzcan a diferentes análisis… sea una diferencia importante entre Los perros de Riga y otras obras que hemos leído de mayor enjundia.
Siempre defenderé que cualquier lectura, por mínima que sea puede proporcionar momentos placenteros, pero, no lo olvidemos, es que venimos de Las uvas de la ira, de Madame Bovary, de Don Quijote, de Memorias de Adriano… ¡ Palabras mayores!

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