Tras leer El Quijote

Nunca puede darse un verano por perdido si ha servido para leer, por fin, El Quijote. Cuando en el mes de agosto comencé la lectura, aún no había terminado la de La Regenta y leía también, como a salto de mata, capítulos sueltos del tristísimo Libro del desasosiego. Así, casi por azar, convivieron en mi cabeza a un tiempo los tres personajes, Ana Ozores, Bernardo Soares y nuestro Quijote, protagonistas de tres obras en las que la melancolía campea a sus anchas. Protagonistas los tres de unas vidas con las que no están conformes y de las que necesitan imperiosamente salir.

Ahora, lo pienso cuando escribo estas líneas, viene también a mi mente el hecho de que los tres autores de estas novelas tienen en común el mostrar de una u otra manera, una cierta disconformidad con su nombre, con su vida. Fernando Pessoa, el gran poeta portugués, recurre a los heterónimos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos…”sus otros yoes” autores que escribían y “vivían” por él. Nuestro asturiano Leopoldo Alas da al fin con un pseudónimo, “Clarín”, con el que se identifica tras sus colaboraciones periodísticas. Miguel de Cervantes inventa, fabula, un escritor, Cide Hamete Benengeli, a quien encarga escribir “como de su parte” “su” Quijote.

¿Casualidades? Mejor retomemos el hilo de nuestro escrito.

Comenzamos la reunión lamentando ausencias y nos dispusimos a escuchar de inicio a Joan Manuel Serrat cantando el poema que León Felipe compuso en nostálgico homenaje al caballero de la triste figura vencido en las playas de Barcelona… por la manchega llanura se ve pasar la figura de Don Quijote pasar, va cargado de amargura…

A continuación Antonio Ávila nos situó en el contexto literario de la España de finales del siglo XVI a caballo entre el Renacimiento y el Barroco, donde las novelas de caballería eran auténticos best-sellers y el declive del Imperio español era aún algo inconcebible.

Nos llamó la atención en principio la radical diferencia que habíamos apreciado entre las dos partes del Quijote, llamemos así al libro leído aunque sea por familiaridad, y casi todos coincidimos en valorar como mejor la segunda. Si la primera pudiera parecer una sucesión de gags, – alguien recordó que la imagen de Don Quijote y Sancho juntos era similar a la de Stan Laurel y Oliver Hardy, el gordo y el flaco de las películas, y a otras parejas cómicas más o menos afortunadas -, esta segunda parte es, por el contrario, un libro más compacto, más unitario y redondo. Si la primera parte es una sucesión de cuentos que tienen en común a sus protagonistas, esta segunda forma un todo del que ningún capítulo es prescindible

De aquella primera parte recordábamos cómo Don Quijote, en sus desvaríos, causaba hilaridad entre los que las contemplaban. En cambio, en esta segunda parte, todos nos sentimos solidarios con él cuando observamos la maldad con la que traman las muy variadas situaciones a las que enfrentan a Don Quijote y Sancho para que sean objeto de chanza. Utilizando un lenguaje coloquial, podríamos decir que Don Quijote ha dejado de ser el loco que hace tonterías ridículas para convertirse en alguien más humano, por el que sentimos lástima, la lástima de los que, tal vez, en algún momento hemos sido objeto de burlas, si no similares, sí tan dañinas.

Alabamos también la riquísima muestra de expresiones pertenecientes a ese castellano antiguo tan valioso y hoy desconocido en gran parte. Si a Sancho Don Quijote le acusa de ser “prevaricador del buen lenguaje” en una expresión similar a la que entonces era frecuente pronunciar refiriéndose a Satanás y al orden social y religioso establecido, por su tendencia a deformar refranes y hacerlos aparecer en situaciones dudosas, a estas alturas del siglo XXI nos conformaríamos muchos con acercarnos siquiera a ese Sancho tan acertado y preciso, analfabeto, incapaz de leer un libro, pero buen entendedor del texto.

En un tiempo sin internet, sin acceso a bibliotecas especializadas, con una dificultad grande para proveerse de cualquier libro nos sorprendió tanta referencia erudita como incluye Cervantes, tanta remisión a novelas caballerescas italianas y españolas, a poetas y juglares.

Contaba Umberto Eco que alguien al ver el tamaño de su biblioteca le preguntó cuántos libros tenía y que si los había leído todos. Contestaba el autor de “El nombre de la rosa” que había más de quince mil ejemplares fichados y que la mayoría de ellos los tenía sólo para obtener información.

En alguna ocasión escuché a Camilo José Cela decir que era más ardua la tarea de documentación previa que él sintetizaba en fichas, de las que acumulaba miles, que la propia redacción definitiva de cualquiera de sus novelas.

Un autor granadino de relatos breves, Ángel Olgoso, de lectura siempre recomendable, me confesó que para escribir cada uno de sus cuentos, por mínimo que fuese, abría una carpeta que al final acababa encerrando al menos un centenar de referencias literarias más o menos cercanas que le pudiesen servir como guía o inspiración.

¿Cómo haría Cervantes para disponer de tan vastísima colección de datos y citas?¿Quién le ayudaría en esa tarea?¿De dónde sacaría el tiempo necesario si no se dedicaba en exclusiva a la escritura?

También fue objeto de reflexión la fabulosa capacidad que muestra Cervantes para ser dueño de los personajes que crea, cómo los modela y encamina hacia donde pretende cual si fueran marionetas colgadas de su pluma. Pero ¿qué menos podríamos esperar de alguien que, a la manera de esas muñecas rusas, las matrioskas, o de los textos enlazados infantiles crea primero a Cide Hamete para que sea su alter ego, luego este idea un protagonista para su novela, Alonso Quijano que, a su vez, sueña a Don Quijote que imagina a Sancho, su escudero, capaz este último también de figurarse a Dulcinea?

¡Y todo esto por medio real! ¡Con razón Cervantes se creía más padrastro que padre del invento!

Hubo también un momento para la política, para comentar la manera sensata, poco lucida pero eficaz como Sancho Panza gobernaba su Ínsula Barataría, ínsula que era suya pero que regía con espíritu constructivo y austero. ¿Cómo evitar la comparación con las situaciones políticas tan repetidas hoy? ¿Cómo vencer la tentación de sopesar los Gürteles y Púnicas de ahora con la negativa de Sancho a salir de la Ínsula con más de lo que entró? ¿Cómo no admirar la grandeza del rústico que afronta el ataque a la tierra que ha jurado defender, muerto de miedo pero sabiendo que debe dar la cara aunque sólo sea por responsabilidad?

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Hablamos también del valor de Don Quijote. ¿Era o no valeroso nuestro caballero? Creo que era valiente a fuerza de querer serlo. Se soñaba desfacedor de entuertos y tenía que responder al papel que se adjudicaba a sí mismo, no era valeroso pero estaba obligado a ser valiente, temerario incluso en algunos episodios de la primera parte; mucho más retraído, como si fuese consciente, paso a paso de su debilidad, en la segunda. Así utiliza la sorna, “leoncitos a mí “, y hasta el “a buenas horas…” cuando dice que él con sólo su fiel Rocinante por compañía podría haber derrotado a toda la morisma y en la propia África…olvidaba que ya los moros habían sido derrotados ¡por otros!

Cuando se topa con la lucha de verdad, con la sangre y con la muerte, Don Quijote parece volver a ser Alonso Quijano y se achanta. Así sucede en el episodio del bandolero Roque Guinart, personaje real, de carne y hueso y en el del enfrentamiento de las galeras en la mar barcelonesa. Ante la realidad del dolor palpable Don Quijote deja de soñar.

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Y llegó el momento de la derrota. ¿De la derrota o de la muerte? Creo, quizás sea una opinión muy atrevida que, “realmente”, Don Quijote muere en la playa de Barcino vencido por ese Bachiller Carrasco travestido. El que vuelve a La Mancha pensando que, con el tiempo, será pastor y podrá realizar nuevas salidas ya no es Don Quijote. Es, otra vez, Alonso Quijano reducido “a la normalidad”. Pero ¡cuánta dignidad en el momento de la muerte!, ¡cuánta entereza!, ¡cuánto amor!
¿Quién no quisiera ser quijote aceptando todo lo que le piden, todas las renuncias, todos los desaires… con la punta de la espada amenazante sobre su garganta, asumiendo todo lo que se le solicita excepto la negación de Dulcinea?
Es en ese momento cuando Don Quijote y Dulcinea parecen más auténticos y es también entonces cuando uno quisiera ser como ellos, sentir como ellos, es ahora cuando comprendemos que Dulcinea existe.

Leyendo el relato de ese duelo final no pude menos que recordar la imagen de D. Víctor Quintanar enfrentándose a D. Álvaro Messía, sabedor de antemano de que sería incapaz de herirle, ni tan siquiera de intentarlo. Cazador presumido y experto “se niega” a disparar al amante de su mujer prefiriendo morir con elegancia y, tal vez, así quiero creerlo, imposibilitado de hacer daño a su Anita.

Casi de pasada comentamos en relación a esa especie de máxima que dice de esta novela, la del Quijote, que “los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran”, cuál era la edad idónea para comenzar su lectura. Defendimos, no es difícil suponerlo, que cualquier momento de la vida es bueno para enfrentarse con un clásico como este, se trata sólo de hallar la versión adecuada, fuese ésta ilustrada, adaptada, comentada o anotada.

Al hilo de lo anterior tuvimos tiempo, escaso eso sí, para preguntarnos si eran posibles distintas lecturas del mismo libro, distintos acercamientos a una misma obra o si era preferible una lectura más globalizadora. En mi opinión hay que ser un tanto relativo y ecléctico. Cuando acudo a visitar la Alhambra con niños, dependiendo de la edad y del interés que note en ellos opto por la explicación académica, la orientalizante, la anecdótica, la matemática o la sensual… ¡o por una mezcolanza sin criterio alguno! Si los noto distraídos recurro al chiste y al chisme, si están atentos e interesados, si viven la visita, me demoro intencionadamente en el Mexuar y apenas nos queda tiempo para las salas siguientes. ¡No pasa nada!

Tal vez debamos nosotros acercarnos al Quijote de igual manera. Tal vez debamos leerlo dejándonos llevar por nuestro estado de ánimo. Tal vez debamos confiar en que sea don Miguel quien nos guíe por donde quisiere.

Hoy, recién terminada la lectura  (ya comenté al principio que soy, – era -, de “los que no habían leído el Quijote pero se lo sabían”), sólo tengo claro que lamento no haber puesto antes manos a la obra…y que me gustaría volver a acercarme a él dispuesto, pese a mi edad, no solamente a leerla, entenderla o celebrarla sino también a manosearla, a leerla de nuevo con la falta de prejuicios de un niño.

Quien quiera hallará en el Quijote espacio para la filosofía, otro repasará refranes, aquel se preguntará por la manera de tratar a la mujer en el libro, el de más allá verá, – leerá -, sucedidos… ¿no decía Francisco Ayala, – hay quien atribuye la expresión a Dámaso Alonso-, que todo estaba ya en El Quijote?

Pero esta última afirmación nos lleva a otra de las “grandes preguntas” acerca de esta novela. ¿Es Don Quijote de La Mancha la primera novela moderna?

Parece existir cierta unanimidad en considerar que es Madame Bovary la que ostenta este galardón y no tengo yo conocimientos para rebatir o no lo dicho por tantos, ni tan siquiera para tener certeza de qué quiere decirse exactamente al catalogar una novela como moderna; pero, si es cierto que Gustave Flaubert tenía a gala presumir de la frecuencia con que leía y releía Don Quijote, podemos convenir en que si no era madre que alumbrara la modernidad, al menos nuestra gran novela sería abuela.

Y aunque fuere también causa el deseo cervantino de vengarse escribiendo una obra de calidad de la afrenta de Avellaneda no puede negarse la modernidad del recurso de escribir de una novela, tanto de la primera parte del Quijote como de la apócrifa, en otra novela utilizando personajes comunes y acudiendo tanto a la crítica, como a la sátira o el elogio.

También debatimos si era acertado o no hacer versiones “en lenguaje moderno” de esta gran obra. Hubo referencias a las recientes aportaciones de Arturo Pérez Reverte y Andrés Trapiello, así como a los grandes trabajos de Francisco Rico y Martín de Riquer. Algunos sostuvimos que cualquier lectura era elogiable valiosa y que quizás éramos demasiado reticentes al respecto recordando cómo se hacen las traducciones entre distintas lenguas. Si conocemos su significado leamos adarga, si no es así recurramos al escudo.

Termino volviendo a Pessoa y a los inicios de este comentario. Hace unos días llegó a mis manos, casi por azar, ¡otra casualidad!, unos apuntes de este autor. Un párrafo, este que transcribo, me llamó la atención especialmente:

“Siempre esta inquietud sin resolución, sin nexo, sin consecuencia. Siempre, siempre, siempre. Esta angustia excesiva del espíritu por nada. En la carretera de Sintra, o en la carretera del sueño, o en la carretera de la vida. A la izquierda hay una casucha al borde de la carretera. A la derecha, el campo abierto con la luna a lo lejos. El auto que parecía hace poco proporcionarme libertad es ahora algo en lo que estoy encerrado. A la izquierda, hacia atrás, la casucha modesta. La vida allí debe ser feliz sólo porque no es la mía. Si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha soñará: ese que va en el auto es feliz.»

Vuelvo a releer, Cambiemos Sintra por meseta castellana, cambiemos carretera por camino, casucha por venta, auto por rocín lento. Dejemos inquietud, angustia, espíritu, felicidad y sueño. Dejemos también libertad, campo abierto y luna lejana. ¿No nos suena todo a Quijote?

Terminado ya este comentario, veo en televisión un programa de libros; en él se entrevista a Andrés Trapiello con motivo de la publicación de su libro reciente. Citaba como ejemplo de la bondad de su trabajo y justificación del mismo una anécdota, que antes tendía a considerar una más entre las boutades del escritor argentino. Decía Borges, lector en inglés gracias a las enseñanzas de una nurse de su infancia, que El Quijote era una novela excelente si se leía en inglés pero nada valiosa si se leía en castellano.

Terminaba con un poema, “Sueña Alonso Quijano”, del mismo autor.

El hombre se despierta de un incierto
sueño de alfanjes y de campo llano
y se toca la barba con la mano
y se pregunta si está herido o muerto.

¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrimeros.

El hidalgo fue un sueño de Cervantes
y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo

está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
los mares de Lepanto y la metralla.

Recuerdo ahora que en la reunión también comentamos que tal vez Cervantes se lanzara a escribir esta novela ante la imposibilidad física, después de las heridas sufridas en Lepanto, de seguir luchando como soldado y que escribiendo puede que se sintiera redimido de este abandono forzoso de la milicia.

7 comentarios sobre “Tras leer El Quijote

    1. Como se nota que eres experto en el Quijote, y como se nota que eres experto en buscar un aimagen de arte para cada situación litereria. A mi, se me ocurre a estas horas de la noche las parejas de sensatos e insensatos.
      La vuelta al mundo en ochenta días. Uno sensato, el otro dudoso.
      Holmes y Watson , uno sensato y el optro especulador. Siempre da con la pista, cuando hace siglos que lo sabe Wattson.
      El gordo y el flaco. Uno más listo o menos que el otro, según el guíon
      sancho y quijote, uno más cerebral y practico, el otro soñador e «ilustrado»
      Viaje an+l centro de la tierra. Uno adoctrinando a los otros con sus saberes científicos, el otro siempre preguntando( en este caso más de uno) si será cierto o no
      Leoncio y tristan (Dibujos animados de mi época). Leoncio es decidido y sabe lo que se hace, es sabio, Tristón es quejica y y miedoso» cielos, qué horror», responde siempre, pesimista, cabizbajo, le baja la moral a Leoncio, que va seguro y sabe actuar.
      En fin , del Quijote sólo se decir que a los nueve años me presenté a un concurso para escribir un capítulo del quijote ex novo y que quedé la segunda en ediciones Océano. vete a saber si existe todavía. desde aquí animo a la lectura a todos a mayores y pequeños e invito a escribir a mayores y pequeños. Pues para leer hace falta ser niño otra vez y para escribir, tanto de lo mismo.

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  1. Joaquín, muy bien reseñada la reunión, pero sobre todo, magnífica la idea de relacionar la obra con otras lecturas. En definitiva, El Quijote es una obra que nace, se alimenta, se enriquece y hace grande por la literatura.

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  2. Si la lectura de cualquier obra (incluso de las que engrosan la lista de los libros no tan malos como para no contener algo bueno, también recogida por Cervantes) puede ser inagotable, la del Quijote y la de sus interpretaciones, reseñas, comentarios, recreaciones…necesitaría de varias vidas. ¡Y yo ni siquiera fui a la reunión! Me entero de cosillas rebuscando un poco: ¿sabíais que en 1920 se decretó la obligación de la lectura diaria de El Quijote en las escuelas españolas? Cito en adelante a Darío Villanueva en el prólogo a la edición de la RAE de 2014 que recoge parte de la controversia qque la disposición provocó. «A favor, destacaba la opinión ya desde antes expresada por Miguel de Unamuno, autor en 1915 de Vida de don Quijote y Sancho. En contra, ni más ni menos que José Ortega y Gasset, que en 1914 había publicado sus Meditaciones de El Quijote.

    Ortega escribe en 1920 un amplio ensayo titulado «El Quijote en la escuela», en el que comienza afirmando que la «Real Orden quijotesca» le parece «en muchos sentidos un desatino» (…) No le estorbaba la obra de Cervantes en la escuela «porque sea un libro añejo, inadaptado a la realidad contemporánea», sino porque era un libro desmitificador. Y el mito, al que define con una de sus fulgurantes metáforas como «la hormona psíquica», le parecía «generatriz de inagotables entusiasmos», y «el niño debe ser envuelto en una atmósfera de sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas […] deberá apartarse de su derredor cuanto pueda deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la existencia».

    Por una vez estoy de acuerdo con Ortega. ¿Y si nos animáramos con sus «Meditaciones del Quijote»?

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  3. Aunque no pude estar en la tertulia, la lectura de tu reseña me la ha recreado magníficamente y como dice Antonio Avila, magnífica la idea de recrear el Quijote en el corazón de otras lecturas y otros autores. ¡MAGNÍFICO! Eso contribuye a que sea una lectura intemporal.

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