El amor no es un verso libre, Susana Fortes

Confesaba Susana Fortes en una entrevista realizada poco tiempo después de la publicación de esta novela que la idea primigenia de la misma le vino leyendo, durante una estancia en Estados Unidos, las cartas de amor que durante años se enviaron nuestros viejos conocidos de lectura Pedro Salinas y Katherine Whitmore. Aclaración de todo punto innecesaria, evidentemente por cuanto Fortes no se complica en nada la vida llamando a la protagonista de su novela Kate Moore y haciendo que Pedro Salinas tenga también su cuota en la misma. En aquella misma entrevista Susana Fortes añadía también que el hecho de no incluir directamente al poeta, con su nombre y apellido, como amante de la estudiante norteamericana se debió fundamentalmente a que no quería entrar en una polémica estéril con la familia del poeta. Terminaba la autora comentando cómo le había resultado extraño que un hombre ya hecho y maduro, por así decirlo, con familia, profesión y un reconocimiento social que salvaguardar, hubiera tenido un comportamiento tan pueril. Puede que fuera esto último la causa de mi pequeña decepción con nuestra autora del mes. Susana Fortes ha sido desde siempre una escritora que me ha gustado tanto por su vertiente novelística como por el agrado con el que leído la mayoría de las columnas que con frecuencia publica. Columnas de carácter avanzado y progresista y muchas de ellas tocantes a aspectos relacionados con el mundo de la enseñanza. Pero calificar como pueril la conducta de Pedro Salinas…

No he podido evitar, leyendo un extracto de la entrevista, que se me apareciera la imagen de Cayetana Álvarez de Toledo, número uno (y prácticamente único si nos atenemos a los resultados electorales,) del Partido Popular catalán, llamando en una misma frase pueril y senil a Manuela Carmena. En fin…

En cualquier caso no merece la pena dado lo reciente de la lectura de La voz a ti debida y su reseña correspondiente hacer más explícito lo que aquellos amores prohibidos entre Pedro y Katherine dieron de sí. El lector interesado tiene fácil acceso a un sinnúmero de artículos que comentan y analizan aquel amor pasional. Si fueron pueriles, seniles o adolescentes quede a la opinión de cada cual.

Vedutta de Firenze

Como escribía más arriba he leído varias de las novelas publicadas por Susana Fortes. A la primera de ellas, Quattrocento, llegué movido por motivaciones no precisamente literarias. La portada del libro mostraba una vista de la Florencia medieval. Aquella misma vista, versión póster, figuró durante años como cabecera de mi cama de estudiante. La novela que mezclaba historia y ficción de una manera parecida a la de El amor no es un verso libre, narraba junto a la visión global del mundo renacentista la trama de las diversas conjuras que enfrentaban a los Médicis con otras familias florentinas.

Tiempo después cayó en mis manos de manera casual, uno de aquellos libros que dejaban como obsequio los comerciales de Planeta a cambio de asistir a sus charlas promocionales, Esperando a Robert Capa. Una historia de amor, la que protagonizó el fotógrafo que da nombre al libro junto a Gerda Taro, además de su compañera una fotógrafa que hubiera merecido más reconocimiento, y cuya parte final transcurre en la España de la Guerra civil. Ambas novelas me parecieron recomendables.

La tercera, que adquirí ya en razón al crédito otorgado a la autora, no me satisfizo tanto. El amante albanés volvía a incidir, o no porque en rigor esta es anterior a las novelas mencionadas, en esa combinación que decía antes: momento histórico muy concreto, la dictadura comunista de Enver Hoxha, y una relación amorosa calificable al menos de “extraña”.

Corto Maltés, Hugo Pratt

Me espera, no sé cuándo la leeré, Querido Corto Maltés, una obra de la que, de nuevo, me atrae el título y la portada, un estupendo dibujo del gran Hugo Pratt.

Es El amor no es un verso libre una novela de lectura fácil. Decir esto no ha de suponer mengua alguna a su calidad. Eduardo Mendoza la habría calificado como novela ligera. Y es que Fortes escribe de una manera eficaz y precisa, con oficio diríamos. Sus obras, al menos las que yo he leído, han de tener sin duda una amplia base documental. Utiliza en todas ellas abundantes diálogos que hacen que el hilo argumental fluya con agilidad. En las descripciones, con no excesivas palabras, consigue recrear un ambiente creíble… En suma los ingredientes necesarios, y bien medidos, para hacer de estas novelas unas buenas novelas. Cierto es también que, al menos para mi gusto, no alcanzan la categoría de excelentes… ¡pero llegar a la excelencia es tan difícil!

El amor no es un verso libre se publicó en 2013. Me ha llamado la atención que en un relativamente breve espacio de tiempo hayan sido varias las obras ambientadas en ese espacio inmediatamente anterior a nuestra Guerra Civil cual es la Segunda República y que de alguna manera giran alrededor de la vida en la Residencia de Estudiantes, más de una con el añadido, de relativa trascendencia, de una relación amorosa que, de modo inequívoco, remite a nuestros Pedro y Kate.

Así, en 1996, se publicó Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo, novela de la que ya dimos cuenta en nuestro club de lectura y de la que se redactó la correspondiente reseña. Por ello solo voy a añadir una breve referencia de la crítica que Alejandro Gamero realizó de esta novela:

En principio la idea de la trama de Fabulosas narraciones por historias no puede pintar mejor: tres amigos y alumnos de la Residencia de Estudiantes de Madrid vivirán de primera mano algunos de los acontecimientos sociales, culturales y políticos que marcarán las décadas de los veinte y de los treinta en España. Patricio Cordero, sobrino del novelista José María de Pereda, Martiniano, sobrino de Azorín, y Santos, un joven de origen rural, cuya familia se dedica a la cría de cerdos. Cada uno de ellos con una pulsión vital: Patricio obsesionado por conseguir la publicación de su primera novela, Los Beatles; Martiniano dispuesto a incordiar y reventar la hipocresía y el postureo intelectual de la élite cultural madrileña; y Santos huyendo de sus orígenes humildes y tratando de encajar en un mundo más cosmopolita y abierto. Alrededor de estos personajes aparecen muchos otros secundarios entre los que se van mezclando inventados y reales, con Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Neruda o Vicente Huidobro entre ellos, y que contribuyen a completar el cuadro del agitado Madrid de la época. (…)

La Residencia de Estudiantes está plagada de señoritos mimados, los cafés y las tertulias de fósiles de intelectuales resabiados y frustrados. Y los que peor parados salen son los personajes históricos, retratados con mucha mala baba y no poco sentido del humor: la obsesión por el silencio y el orden de Juan Ramón Jiménez, el desparpajo de Federico García Lorca, la astucia y la lujuria de Ortega y Gasset o la cobardía de Ramón Gómez de la Serna. Una sátira contra élite cultural de la época…

Más tarde, en 2009, Antonio Muñoz Molina dio a luz una magnífica novela La noche de los tiempos. En ella un arquitecto conoce a una estudiante norteamericana y…

Tomo prestadas parte de las palabras con las que Javier Velasco reseñó esta, repito, para mí excelente novela, una de las más destacadas en la de por sí destacada producción de Muñoz Molina:

Ignacio Abel, arquitecto de profesión, director de las obras de la Ciudad Universitaria de Madrid, cuarentón, socialista, vivía una vida gris y apacible, dedicado a sus proyectos y a cuidar de una familia que no le llenaba plenamente. Al conocer a Judith, una joven americana, su vida sufre una explosión de sentimientos. El comienzo de la guerra fratricida estalla en sus vidas y encaminan sus pasos hacia Estados Unidos. Una a reencontrarse con su madre enferma, otro a dar clases de arquitectura a una universidad estadounidense. Así acabarían los ocho meses de encuentros furtivos y desencuentros personales. La relación que dura ocho meses termina de forma abrupta. (Se produce el intento de suicidio de la esposa del protagonista). Abel primero la añora, después la siente como una extraña para, a continuación, en el reencuentro, convertirse en una persona ajena a la que no reconoce pero que se porta con ella con infinita generosidad. (…)

En la novela se van mezclando personajes históricos con personajes de ficción. Juan Negrín, conocido del protagonista, toma verdadera relevancia en el desarrollo de la novela, y es el personaje histórico mejor parado, por su actividad, por su inconformismo y por su optimismo. A otros personajes como Largo Caballero los coloca en su justa mediocridad, en su justo lugar histórico como hace con los numerosos intelectuales que se pasean por la novela. Bergamín, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset. A unos los describe en sus trabajos a favor de la liga de los intelectuales, a otros en sus ansias de huir de un país en llamas donde la sinrazón y la violencia campan a sus anchas. «La razón y la justicia no se imponen matando», dice el protagonista casi al final de la obra, cuando desnuda su corazón a Judith…

Recientemente, ya en este año 2019, Jorge Martínez Reverte ha presentado, ¡en la Residencia de Estudiantes!, Libre te quiero. Con apoyo en el título del conocido poema de Agustín García Calvo musicado y cantado por Amancio Prada (y, aunque a muchos les resulte extraño, también por María Jiménez). Cierto es que aunque en esta novela la referencia intelectual que remite a la Residencia no está presente sí que se narra con el telón de fondo de la Guerra una aventura amorosa extraña. Hacía mucho tiempo que deseaba escribir una historia de amor, declaraba Reverte. Sí, bien pensado pudiera ser que la inclusión de Libre te quiero junto a las obras mencionadas no esté del todo justificada.

Juan Cruz, el reconocido crítico -y chico para todo- de El País, fue el encargado de hacer pública la novela:

Es la historia de Manuel, un gallego huérfano al que adopta un cacique antes de la República. De adolescente conoce mujer y emprende una historia que lo lleva desde la ansiedad por la lucha libertaria en la II República hasta la Segunda Guerra Mundial. Su papel en esta contienda y en la Guerra Civil está marcado por el amor que lo alienta desde que conoció, en un hospital de Barcelona, a una monja con la que vive su sueño libertario. Su drama es el sonido y la sangre de la época.

Es Libre te quiero una novela llena de documentos. Hay personajes reales cuyas vidas se pueden verificar en la historia. “Pretendía lograr esa exactitud de Chaves Nogales, la que permite reconstruir una época sin tener que recurrir a mitos. Cada lugar, cada situación de la novela tenían, por eso, que pasar primero por la prueba de la verdad, que no reside en que los personajes fueran de veras, sino en que el paisaje fuera la realidad exacta del momento”, explica.

Es la guerra y es también una ficción. “Supongo que tiene que ver con miles de narraciones que tengo en la cabeza sobre la guerra. Hay, desde luego, un intento de indagar sobre esa guerra. Y la historia de amor, en medio de unas circunstancias tan duras, se vuelve algo más que eso”.

Pero el eco de la Residencia de Estudiantes ya había resonado mucho antes en las voces de uno de los poetas que allí habitó durante una breve temporada. En Libros de Madrid, volumen que recoge una serie de anotaciones concisas, chispeantes y coloristas en las que retrata muchos y diversos paisajes y rincones de la capital de España, Juan Ramón Jiménez dedica el tercero de ellos, La colina de los chopos, a la Residencia de Estudiantes laboratorio de esa “patria bella” que será “pacífica, laboriosa, honrada, hecha con huellas, con museos, con monumentos, con paisajes, con libros”. Otro sueño roto.

Una de esas notas de carácter cuasi pictórico nos remite directamente a la colina en cuya cumbre se levanta la Residencia. La colina en la que triscan algunas cabras. Otro Madrid. Otro tiempo:

«Ya el cielo está gris y rosa para el anochecer. De pronto, al desembocar en la calle del Pinar, se ve allá en el alto fin de las bocacalles a oriente la luna grande redonda.

De allí mismo casi, del polvo de oro, suenan leves las campanillas de unas cabras crepusculares. Y bajo la luna, en paz más que nada de la calle, las cabras se vienen a entrar en el establo irreal de nuestra alma acojedora, negras, lentas, rojas, graciosas, elásticas, fragantes.

Superponiéndose a la calle, surje una colina verde, y haciendo río los adoquines grises, orillas la acera, valle el corazón, anda la calle como un río. Y suenan las campanillas por estas orillas con eco de nuestras sienes y pasan quedándose las cabras, transeúntes y limitadas.

Y ¿por qué nos hacen buenos más que los hombres y las mujeres que pasan estas cabras que ramonean suaves en nosotros mismos como si fuéramos árboles verdes brotados»

Juan Ramón Jiménez

Tomemos aire después de esta última frase. Que a lo que se ve el poeta onubense, a veces, parecía enemistado con las comas. ¡Manías de los jenios!

Y no puedo dejar de mencionar a Ian Gibson, el célebre hispanista británico al que tanto debemos los que aún creemos en el necesario rescate de la memoria forzadamente condenada al olvido, que en muchas de sus obras a medias entre el documentalismo y la narración se refiere a la Residencia y a los estudiantes que allí estuvieron alojados.

Así, a vuela pluma, dejo los títulos y un breve comentario de algunas de estas obras, presentadas todas ellas a partir de 1998:

Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca

Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. En esta obra Gibson, así lo manifiesta en el prólogo, reivindica a un Lorca que, pese a ser «capaz de toda la alegría del mundo» (Aleixandre), pese a su carisma y a sus múltiples dones, de todos reconocidos, conoce la depresión y sabe «con sus huesos» —acudo al poema «Vuelta de paseo»—, como lo supo Oscar Wilde, lo que es ser tenido, tan injustamente, por repelente y nefasto. Reivindico a un Lorca comprometido con todos los que sufren, con los rechazados, los marginados, los perseguidos, los avergonzados, los que no encajan. Al Lorca revolucionario que en realidad fue. Al Lorca consciente de que iban a por él.

Lorca- Dalí, el amor que no pudo ser. Relato casi novelado de la amistad-amorosa forjada en el tiempo en el que ambos, el poeta y el pintor, coincidieron como internos en la Residencia. Ian Gibson después de una amplia tarea investigadora, traza en este libro un pormenorizado estudio de una relación que está en la base de una creatividad desbordante, con decisivas consecuencias para la obra -y la vida- de ambos amigos. Y, después del asesinato del poeta, motivo, hasta el final de su vida, de doloroso recuerdo para el pintor ampurdanés.

Dalí joven, Dalí genial. En esta obra, en la que la estancia en la Residencia tiene un papel crucial, Gibson nos muestra el tránsito desde el impresionismo inicial de la obra de Dalí hasta el surrealismo. Redactado a partir de una larga entrevista, quedará para el recuerdo la petición del pintor: ¡Dígales que yo fui surrealista antes de conocer a Gala!

Cuatro poetas en guerra: una obra muy recomendable que trata de la posición que mantuvieron en cuanto a la defensa de la República, con su correspondiente tributo posterior. Tributo incluso de sangre. Estos son los cuatro poetas damnificados: Antonio Machado, Juan Ramón, Federico y Miguel Hernández.

Lorca y el mundo gay: Caballo azul de mi locura. Quizás el ensayo definitivo sobre la biografía de Federico. El título toma nombre de un poema que Lorca compuso en recuerdo de su relación, frustrada, con Emilio Aladrén, un “personaje” al que es común calificar como vividor antes que como escultor. Otro ejemplo de amor extraño.

Luis Buñuel, la forja de un cineasta universal. Biografía incompleta del director de Calanda por cuanto termina de manera abrupta, – la falta de financiación, según Gibson por parte del Gobierno de Aragón-, y que pretendía cerrar la trilogía de los estudiantes de la Residencia.

Me parece que con tanta referencia a otros libros me he alejado bastante del tema que nos ocupaba. Volvamos a El amor no es un verso libre.

Decía casi al comienzo de la reseña que era esta una novela ligera. Y yo he notado la levedad sobre todo en que cualquiera de las tres tramas que se entrelazan se queda, por así decirlo, corta. La novela se adentra de una parte en la convulsa situación política y social de la España del Bienio conservador que antecede al triunfo del Frente Popular y al inmediato golpe de estado. Por otra parte relata esa espiral de corrupción que deriva del escándalo del estraperlo y que, en la novela, terminará con el asesinato del joven Gabino Aguirre. Por último es la historia de un amor imposible, ese que recordaba al de Salinas y Withmore, entre un funcionario aspirante a poeta, Álvaro Díaz- Ugarte, y una joven estudiante norteamericana, Kate Moore.

Estos tres hilos, que, grosso modo, serían el retrato socio-político, el thriller y la novela rosa, terminarán enredándose y dando forma a la novela. Dando por supuesto que la ambientación de la España de ese periodo es solo el telón de fondo preciso para el desarrollo de las dos historias que se entrecruzan, podríamos entender que la ligereza está, en el tratamiento de este hilo, más que justificada; sin embargo, me parece que en el resto hubiera sido necesario “un libro más extenso”. No es pues que nada sobre, sino que se echa en falta, a mi juicio, una mayor profundización.

El acceso por parte de Gabino Aguirre a tanta información, a tantos contactos y a tantas transacciones que luego recogerá en esa libreta que recuerda, sin nombres en clave ni recogidos con meras iniciales, a los llamados “Papeles de Bárcenas” parece excesivamente fácil tratándose Aguirre tan solo de “un joven y atractivo estudiante que recordaba a Clark Gable”, ¡Mucho hueso para tan poco perro me parece! Tampoco se desarrolla en demasía el papel jugado por el compañero de habitación de Aguirre, el alemán Hans Müller, cuya actuación, o la falta de ella, se torna luego en trascendental. También de un plumazo se despacha esa última cena, la de las ostras y el champán, compartida con Frida Lowmann, la esposa de Strauss, el cerebro de la trama de corrupción que acabó con el gobierno de Lerroux, y que preludia la desaparición, al modo argentino, (con vida se lo llevaron), del joven aspirante a actor.

Y si nos referimos a la que antes califiqué como la parte “novela rosa” me parece que no hay eso que ahora llaman química entre los protagonistas. Nada hay en Álvaro que justifique esa locura de amor por parte de la estudiante. Nada que remita a ese Amor, amor, catástrofe pasional. El único instante que pudiera sugerir desbordamiento amoroso viene a coincidir con el encuentro entre un Álvaro postrado en cama malherido después de la “peleaavisoanavegantes” y una Kate que parece “aprovechar el momento”. Carpe diem.

También queda en el olvido lo sucedido durante el período en el que Kate permanece en prisión (esa prisión que, mucho más concurrida, visitamos también en La voz dormida). Más de setenta días de los que desconocemos qué gestiones realizó Álvaro para sacar “a su amor” de la cárcel. Solo al final de la novela, cuando Salinas visita en Estados Unidos a la ya profesora de literatura española, sabremos algo de lo que pasó. Pero nada de lo que Álvaro “sintió”. Y si lo imaginamos es peor.

Nos quedaremos también con las ganas de conocer algo más de ese periodo final de Álvaro. Solo ese enigmático “la última vez que vieron a Álvaro fue en la batalla del Ebro” transmitido por el mismo mensajero. Tampoco sabremos cuáles fueron los méritos literario, logrados además en tiempos de guerra, de quien aspiraba a ser poeta para aparecer antologado, ¡menudo palabro!, entre los grandes poetas hispanos. En justa correspondencia era lógico que Kate les recitara a sus alumnos los poemas de Díaz- Ugarte sin apenas inflexión fonética que reflejara una emoción añadida. ¡Como si leer a cualquier gran poeta no llevara siempre añadida una alta carga de sentimiento!

Pero, por encima de todo, lo que no le podré perdonar nunca ni a Susana ni a Álvaro, es que, -caballerosidad hispana, años treinta-, el amante tan apasionado dejara a Kate por muy moderna que esta fuera, dentro de un deportivo Bugatti verde metalizado aparcado en una zona del extrarradio de Madrid mientras él se aventuraba saltando las tapias del rancio puticlub que escondía en una de sus habitaciones la sala de tortura donde murió Gabino Aguirre. Que Álvaro se mostrara preocupado al no hallarla a su vuelta fumando tranquilamente mientras le esperaba en el asiento del copiloto no le hace menos cretino.

Y me dicen los que saben que cretino es un calificativo más grueso que gilipollas.

Un comentario sobre “El amor no es un verso libre, Susana Fortes

Deja un comentario