Pedro Páramo, de Juan Rulfo

En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Esas palabras que forman parte de la letra de una canción de mi tocayo Sabina han sido durante años mi única relación con Juan Rulfo. La conexión Comala. Sabía por supuesto, ¡uno es de letras!, que Comala era el escenario donde transcurren, el presente de indicativo está justificado, las andanzas de Pedro Páramo. Sabía que esta obra es considerada casi de modo unánime como el arranque de aquella gloriosa epopeya literaria que fue el realismo mágico. Sabía que Rulfo apenas escribió nada más y que desde entonces se limitó a mostrarnos a Comala y a sus habitantes en magníficas series fotográficas. Como a Harper Lee, como a J. D. Salinger o como a Emily Brontë una sola obra le bastó para hacerse inmortal. También ahora está justificado el adjetivo. Y la sustantivación. Sabía que Comala, como el Macondo de García Márquez o la Mágina de las primeras obras de Muñoz Molina, era un mundo, un universo concentrado en una pequeña población a medias entre la realidad y la ficción.

A veces hacía la broma de preguntar, como haciéndome el despistado, si Juan Rulfo era una novela de Pedro Páramo o si, por el contrario, Pedro Páramo era el título de una obra de Juan Rulfo. Más de una sorpresa me llevé con las respuestas. Y es que ambos nombres participan de una sonoridad casi telúrica. Son nombres que imponen. Suenan poderosos.

Leo en algún sitio que Juan Rulfo decidió casi a última hora, como quien dice con el libro ya en prensa, cambiar el título a la obra. Había pensado llamarla Los murmullos. Acertó de pleno con el cambio.

Leo también que existe una Comala allá por el estado mexicano de Colima. Que la ciudad, poco más de veinte mil habitantes hoy, debe su nombre a la palabra con la que en lengua náhuatl se designa al lugar en el que se fabricaban los comales, una especie de sartén de barro, en los que en México se cocinan esas tortas de harina tan populares hoy en todo el mundo. Y si sigo leyendo encuentro que en Comala “es clásica ya la oferta gastronómica de antojitos y botanas muy variadas acompañados de cerveza, ponche, refrescos u otras bebidas en los afamados Portales de Comala…”

Fotografía de Juan Rulfo

A lo que parece, Comala, como Granada con las cervezas y las tapas, vive hoy del turismo gastronómico.

Y sí. La información procede de la Wikipedia.

Antojitos y botanas…Suena bien… Como Calaveras y diablitos… ¡Si estuviera más cerca Comala!

Y es que también pudo haber sido que alguno de los integrantes de Los fabulosos Cadillacs, el grupo argentino de rock, quedara igualmente impresionado después de leer Pedro Páramo:

No quiero morir sin antes haber amado
Pero tampoco quiero morir de amor
Calaveras y diablitos
Invaden mi corazón

Pero, vuelvo a Sabina y al inicio de esta reseña: ¡hay tantas Comalas! Tantas que más de uno podría escribir una especie de diario, Cartografía básica pudiera ser un buen título, en el que se recogiera de manera ordenada, meticulosamente anotado con el añadido de las circunstancias de momento y estado anímico, el listado de aquellos lugares a los que ya no se debe volver.

Una cartografía que incluiría desde unos arenales inhóspitos, ¡y tan hospitalarios por otra parte! , a un par de butacas en la última fila de un cine. Un banco en mitad de un jardín romántico. Un portal. Lugares a los que no se debe volver. Y si vuelves, de nuevo una canción, no volverás por amor, si vuelves será cansancio.

Y desobedeciendo el consejo del ubetense escarmentado en carne propia Juan Preciado volvió a Comala. Lo hizo de manera vicaria obedeciendo a su madre, Dolores, Doloritas, que en su lecho de muerte así se lo pidió. Y escribo “volvió” de manera consciente. Sabiendo que alguien puede decirme que el tiempo verbal no está bien empleado. Que Juan Preciado no había estado nunca en Comala. Pero ¿hay quien con certeza pueda ordenar el tiempo en Comala?

Pedro Páramo comienza de una manera digna de formar parte de la antología de los mejores y más recordados inicios de la literatura universal. En apenas doscientas palabras que finalizan de modo tan redondo, tan circular, con un nuevo vine a Comala idéntico al del principio Juan Rulfo nos muestra las claves de su novela. Iba a escribir que Rulfo nos muestra las claves para entender su novela. Pero he optado por eliminar ese verbo. ¿Acaso todo hay que entenderlo?

Presente, pasado y futuro. Y de nuevo presente. Muerte y conversación. Conversación con los vivos pero también con los muertos. El cobro de lo que nos dejaron a deber. Y el pago de lo debido. Manos muertas pero también sueños, esperanzas e ilusiones. Promesas y exigencias. Olvido y alegría.

E intercalado en el texto una enigmática sentencia: Pedro Páramo (…) se llama de este modo y de este otro. Pedro y Páramo. Piedra y desierto.

Este es el particular En un lugar de la Mancha puesto en boca de Juan Preciado:

 Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
       Todavía antes me había dicho:
      —No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
      —Así lo haré, madre.
      Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

Si Dante se valió de Virgilio para que le sirviera de guía en su descenso a los infiernos ahora Juan Rulfo utilizará a Juan Preciado, Juan como el autor, ¡por algo será!, y Preciado como apellido algo más que simbólico, para visitar Comala, ese espacio a medias entre la vida y la muerte. Un poblado en cuyo camino de entrada, aunque ni Abundio el arriero, pese a tantos viajes, y ni siquiera el propio Juan Preciado se detuvieran jamás a leerlo, sin duda habría un cartel que advirtiera:

«Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”

Una Comala que más que purgatorio es limbo. Un espacio suspendido en el tiempo, como un ascensor que se detuviera súbitamente entre medias de dos plantas y en el que no encontráramos respuesta alguna cuando, desesperados, accionamos el timbre de alarma.

Imagen tomada por el escritor

Un limbo. Como ese limbo del cristianismo clásico borrado de un plumazo por decisión papal en el que habitaban los que ni son ni dejan de ser. Los que han sido y los que serán. Miles de Juanes, Pedros, Dolores, Abundios, Renterías , Fulgores y Susanitas abandonados a su suerte tanto por Papas como por escritores.

Imagino a Juan Rulfo ideando Pedro Páramo mientras en su cabeza resonaban esos murmullos, ecos del pasado y del futuro, al par que cumplimentaba informes en la empresa de neumáticos en la que trabajaba. E imagino que, como le sucedería sin duda a Magritte, a Mondrian, a Luis Mateo Díez y a tantos otros que hubieron de llevar una vida discreta y funcionarial para obtener su sustento diario, más de una vez le llamarían la atención por quedarse absorto en sus pensamientos. ¡Juan, está usted como ido! ¡Juan, quiere usted dejar ya de pensar en las musarañas y ponerse a trabajar!

Escribo esta reseña el día en que parece que, por fin, se exhuman los restos de Francisco Franco, el Pedro Páramo de nuestra particular Comala, del Valle de los Caídos. Otro limbo este valle. En la radio escucho a una locutora decir con todo desparpajo que su cuerpo, el de Franco, descansará en el cementerio de Mingorrubio junto al cuerpo de su viuda.

Y a mí me da por pensar. ¿Cuántos años de enterramiento se precisan para perder la condición de viuda? ¿De qué hablarán Carmen y Paco cuando se produzca el reencuentro?

– ¡Mucho Caudillo, pero vaya nudo más flojo que echaste!

-¡Cristóbal nos salió rana, Carmencita!

-¡Al pazo de Meirás va a ser difícil que volvamos!

-Paco, ¡qué mal se portó tu amigo el legionario con Unamuno! ¡ si no llego a intervenir me lo matan en Salamanca!

Sin duda esa periodista había leído a Rulfo mientras estudiaba la carrera.

-Comala, ¡presente!

Pedro Páramo es también un despiadado retrato del México de las revoluciones que se prolongaron hasta los principios del siglo XX. Por sus páginas cabalgan, como el caballo desbocado de Miguel Páramo, que galopa solo movido por el dolor, carrancistas, villistas, juaristas y cristeros. Tanta diversidad guerrillera está justificada. Los combatientes dicen no saber de parte de quién están… ¡ya se enterarán después! ¿Por qué se levantaron en armas? pregunta Pedro Páramo: Pos porque otros lo han hecho también. Aguárdenos tantito a que nos lleguen instrucciones y entonces le averiguaremos la causa. Muestra también el papel de la iglesia como elemento cohesionador de aquel organigrama social y hasta, en algún momento, las contradicciones que esa relación generaba. Nos habla de caciquismo. De la pervivencia del derecho de pernada. De la justicia puesta al servicio de los poderosos. También de amor.

Rulfo se dirige a nosotros con un lenguaje que abarca multitud de registros. Así como a vuela pluma veamos algunos de esos diferentes tonos

Unas veces usará la palabra de modo no meramente descriptivo como cuando nos muestra ese paisaje jalisqueño reseco y desolado: La tierra se quedó baldía y como en ruinas. Daba pena verla llenándose de achaques con tanta plaga que la invadió en cuanto la dejaron sola…

Otras veces utilizará expresiones humorísticas: impagable ese ¡Váyase mucho al carajo! con el que Abundio, el carretero que acabará matando, o rematando, a Pedro Páramo, zanja la conversación cuando responde a Juan Preciado de camino a Comala.

En otras ocasiones mostrará un uso tan espléndido de palabras de procedencia indígena mezcladas con otras que aún cuando fueran de origen castellano son ahora tan “mejicanas” que, sin darnos cuenta, nos sorprenderá vernos leyendo en voz alta intentando pronunciar alla maniera mexica. Cantinflas o el Chapulín Colorado recitando Pedro Páramo. ¡Que no panda el cúnico!

Consigue también Rulfo que un delicado lirismo impregne muchas de las conversaciones que mantienen los pobladores de Comala, vena poética que aflorará sobre todo en los recuerdos que de sus baños en el mar tiene la niña Susana San Juan: Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena. Tenía los ojos cerrados, los brazos abiertos…

Y no dejará de sorprendernos más de un recuerdo a nuestro Federico: Mi novia me dio un pañuelo/con orillas de llorar.

En poco más de cien páginas Juan Rulfo nos ha descrito un México similar al que aparece en los frescos que pintaron Alfaro, Rivera o Siqueiros. El México heroico y a la vez sumido en la mansedumbre. El México de conquistadores y vencidos. El México que ha hecho del festejo a la muerte una de las claves de su identidad. El México que ha cambiado caciques por chapoguzmanes, Comalas por Sinaloas.

Pedro Páramo se publicó en 1955 pocos años después de que Juan Rulfo diera a conocer sus cuentos reunidos bajo el título del más memorable de ellos, El llano en llamas, anticipo de esta novela.

Tras unos primeros andares en los que Rulfo confiesa que debía regalar los ejemplares si quería que alguien los leyera, Pedro Páramo consiguió un éxito fulminante. Hay quienes afirman que Pedro Páramo fue la primera gran obra nacida bajo el paraguas de lo que se dio en llamar Realismo mágico. Otros, por el contrario, remiten a las primeras obras de Miguel Ángel Asturias o de Alejo Carpentier.

La expresión Realismo mágico, que indudablemente parece pensada para obras como esta, es debida a Arturo Uslar Pietri, otro de los grandes escritores que formaron parte de este grupo de autores latinoamericanos que tanta fama, merecidísima, alcanzaron.

Uslar en su ensayo Letras y hombres de Venezuela escribía:

Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podrá llamarse un realismo mágico.

Releamos. El hombre como misterio en medio de datos realistas. Comala de nuevo.

El más conocido de los novelistas de aquel boom, con el permiso de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez proclamó su admiración por Rulfo y Pedro Páramo. El elogio sobrepasó el puro comentario. Gabo mostró su aprecio de la manera que mejor lo puede hacer un escritor, escribiendo.

Y lo hizo doce años después de la publicación de Pedro Páramo. En 1967 ve la luz la primera edición de Cien años de soledad. Todos conocemos la famosísima frase:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Doce años antes, Juan Rulfo había escrito:

El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y luego lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo.

Si ello fuera del todo cierto, si fuese verdad que sin la actuación de García Márquez la obra de Rulfo no hubiese alcanzado mayor difusión, ya tenemos otra razón más, añadida a la creación de tantas obras geniales, por la que mostrar nuestro agradecimiento eterno al escritor colombiano.

Ya termino. El teléfono móvil me avisa de que se acaba de lanzar a las redes el último vídeo clip con una de las canciones del reciente disco de 091. Al final es el título de esta canción.

Los Cero. Cuando más reconocimiento tenían optaron por la separación. Veinte años después volvieron. Veinte años que no son nada según el tango. Menos que nada según Rulfo. Maniobra de resurrección llamaron a la gira que suponía su vuelta a los escenarios. Y La otra vida a su trabajo de rentrée. La primera canción que extrajeron del álbum fue Vengo a terminar lo que empecé. Con una letra que contenía una frase premonitoria, De este sueño nadie sale vivo. Y ahora Al final.

Maniobra de resurrección. La otra vida. Vengo a terminar lo que empecé. De este sueño nadie sale vivo. Al final… Seguro que José Ignacio Lapido, alma de los Cero, también disfrutó leyendo Pedro Páramo. Y que los murmullos de Comala nunca han dejado de rondar en su cabeza:

Al final tú y yo seremos solo el eco de palabras que dijimos.

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