“Un dolor nuevo tapa el que provocan las viejas llagas” (En la orilla, Rafael Chirbes)

Joaquín Medina Ferrer

Comentamos este libro la tarde del día en que a Bob Dylan, “el viejo Bob” lo llamaba un antiguo amigo cuyo recuerdo me vino a la memoria al escuchar la noticia, se le concedía el Premio Nobel de Literatura. «Los tiempos están cambiando», decía en unas de sus celebradas canciones convertidas en himnos. Puede que sea verdad lo que cantaba el premiado, pero también es cierto que si es que cambian, no lo hacen de igual manera para todos. Y la lectura de En la orilla puede confirmar lo apuntado.

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La novela, que ha sido calificada indistintamente como la novela de la crisis, la novela de la burbuja inmobiliaria, la novela de la vuelta del realismo social e incluso como la gran novela negra de la modernidad, no es para mí más que el relato en primera persona de una gran frustración. La frustración de quien rondando los setenta mira hacia atrás y ve que se le ha pasado la vida sin apenas encontrar momentos que justifiquen haberla vivido. Mirada hacia atrás con ira, como en la obra teatral de Osborne luego llevada al cine, pero con una ira mansa y recogida. Una ira bovina por así decirlo.

No es Esteban, el protagonista de la novela, uno de esos jóvenes violentos e iracundos, a la manera de los llamados angry young men en esa jerga cinematográfica y literaria que, con un deje de romanticismo pretencioso, definió un tipo de comportamiento victimista.
Esteban sobrelleva su destino con fatalidad y resignación, como ese sobrepeso varicoso que le impide moverse con ligereza y que ya no es anuncio de decadencia, es la decadencia misma que ha llegado para quedarse. Y esa ira, larvada, no deja de reconcomerle y angustiarle.

Mira alrededor y no encuentra más que podredumbre, como si ese marjal metafórico que está siempre presente fuera algo más que una imagen, cual fatum latino a la manera de ave carroñera que, paciente, vuela en círculo sobre nuestras cabezas en espera de poder abalanzarse y picotear y escarbar en nuestras miserias.

orillaIgual que el marjal acaba pudriendo todo lo que en él cae y resulta tan difícil encontrar entre tanta agua putrefacta el agua límpida, Olba, el gran marjal, acaba contaminando las vidas de todos los que pueblan sus tierras sin encontrar en ningún caso nadie que sea como esa agua limpia que al menos el pantano ofrecía a quienes conocían sus secretos.

Da igual el nombre, el género, la procedencia o el oficio, todos los olbenses, ¿todos los hombres?, aparecen cortados por el mismo patrón…sólo hay que dar tiempo al tiempo y éste ya se encargará de mostrarnos en qué clase de especímenes acabarán convertidos…

Únicamente hay un cierto reconocimiento, escaso y moderado por otra parte, para aquellos que no fueron al pantano, para los que no cambiaron Misent por Olba como es el caso del hermano de Leonor que se mantuvo fiel a su trabajo heredado de pescador, desoyó los cantos de sirena y fue pescador toda su vida.

Y si en vez de mirar hacia fuera dirige su mirada hacia su interior la visión es aún más desoladora. Esteban sabe que por mucho que pueda querer hacer responsable de cómo ha transcurrido su vida a la dureza o el desapego con los que el padre lo trató o a la traición de Leonor que escogió al triunfador antes que a él, no hay más que un auténtico culpable del desarrollo de su historia: él mismo.

Y extrema Esteban su cobardía hasta el punto de necesitar una excusa para atreverse a poner fin a su vida. Como si necesitara un impulso y a la vez una coartada finge que lo hace por restituir a su padre aquello que se le debía: estar en el pantano con sus compañeros los maquis, a los que dejó morir abandonados por plegarse a los deseos de una esposa y regresar a casa y afrontar el desprecio de todos, incluido el suyo propio….desprecio que además suele ser el más doloroso.

Sin que me quiera desdecir de lo expuesto al principio, la novela, que tal vez exija alguna relectura para poder extraer todo su jugo,-a mí al menos me pareció “distinta” la segunda vez que la leí-, es también un profundísimo relato de la situación actual de España en general y de Valencia en particular. De esa España sometida al imperio de la corrupción y la búsqueda del dinero fácil, en la que todo valía ya que todo estaba permitido. Mezclo de manera intencionada el presente y el pasado ya que no acierto a saber si es una situación que podemos considerar superada o seguimos anclados a ella.

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La primera vez que leí En la orilla me vino un cierto regusto a Antonio Muñoz Molina y a su libro, leído también en el club, Todo lo que era sólido. Tema parecido e incluso una similar manera demorada de avanzar en el desarrollo del mismo. Veía entre ambas obras un curioso paralelismo paradójico: Todo lo que era sólido me parecía un ensayo con espíritu de novela, En la orilla, una novela con alma de ensayo. Fue la segunda lectura la que hizo que me decantara por destacar de ella ante todo ese aspecto de relato de una gran frustración como raíz de la historia y considerar todo lo demás como accesorio.

Me han llamado especialmente la atención las referencias literarias a las que alude Rafael Chirbes en la obra. Encontramos líneas que nos recuerdan la edad dorada cervantino-quijotesca, otras nos hablan del polvo enamorado quevedesco, más allá vemos la alusión a las coplas manriqueñas, el machadiano canto a lo perdido o ese tópico tan revisitado del Ubi sunt ?… referencias todas que casan a la perfección con ese tono desesperanzado de la novela.

Mientras leía esta novela -novela de hombres en la que las mujeres, sean éstas esposas, amantes, sirvientas o prostitutas están caracterizadas bajo el prisma de un machismo atroz-, de manera a veces distraída y otras no tanto, jugaba, siendo hombre como soy, a encontrar entre los personajes de la obra aquellos con los que pudiera tener algo en común, aquellos a los que pudiera parecerme…Tampoco fue un juego recomendable. Con cualquiera de ellos puedo encontrar puntos en común, con el padre encerrado en su mutismo rencoroso, con cualquiera de los magrebíes peligrosamente cercanos al integrismo, con el arribista sin escrúpulo de Francisco, con Álvaro el casi hermano de Esteban que no duda en culparle del cierre de la carpintería, con Germán, con Justino, con Pedrós, con el propio Esteban ¡cómo no!….pero ya que puedo elegir y puesto que hay un Joaquín entre los secundarios… “Joaquín, ya digo, es punto y aparte, aunque raro como un perro verde, misterioso. Uno no sabe lo que guarda su eterna sonrisa.”

Termino con una frase, que transcribo de manera literal, en la que Chirbes muestra de manera inequívoca esa desesperanza radical con la que contempla la vida de los hombres: “Quién nos dice que el polvo no tenga memoria, una memoria que flote tozuda por encima del tiempo, eterna, y nos proporcione el consuelo de saber que a la vida la exprimimos hasta sacarle todo el zumo que contenía o fuimos tan desgraciados y siga doliéndonos durante toda la eternidad la constatación de que se nos escapó sin darnos ni una oportunidad para gozarla” La vida de los hombres a los que previamente Rafael Chirbes, nuestro autor, ha definido de esta guisa: “Hijos de puta son los hombres, el género humano, no importa el Dios en que crean o digan creer.”

El día siguiente al de nuestra reunión, como hago muchas tardes, veo en una de tantas televisiones digitales “una del oeste”, Raíces profundas.
Alan Ladd, Shane en la ficción, declara a la mujer a la que quiere y a la que no puede querer antes de montar en su caballo y marchar a las montañas algo así como que uno no puede torcer su destino. Tal vez algo parecido pensaría Esteban antes de comenzar su viaje final al marjal.

orilla4Y termino como empecé, con Bob Dylan, acordándome de cómo las cosas, todas las cosas, podían haber cambiado si se hubiera producido un simple giro del destino; preguntándome, como Esteban, por lo que pudo haber sido.

-La respuesta está en el viento, amigo – contestaría desdeñoso el viejo Bob.

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